Para decir melancolía en este mundo.

“Te van a consumir” era la frase que al bajar los nueve pisos a las seis de la tarde le rodeaba uno a uno los pensamientos y se adentraba en él hasta llevarlo muy de a poco  como tomado de la mano, conducido simplemente por un pasillo a una sala donde toda la melancolía se cruza con la nostalgia de aquello que iba a ser y nunca sucedió.

Pero una vez en la calle, atrás el ruido metálico de las tarjetas magnéticas, atrás el molinete de entrada, gris, frío, turbio se reencontraba con esa parte que nunca lograron consumir. Sí en algo residía el error de Verónica era en pensar que todos somos definibles como una unidad que no cambia los aspectos, o las formas según el lugar en el cual les toque definirse. No, Franco Esteban Sparadutti tenía una parte de su vida bien conservada, alejada de los peligros de la oficina, de los embates de los jefes que además de conductores y directores de las ocho o nueve horas de su vida que se comprendían entre las 8 y las 18 horas se pretendían iluminados morales en los cuales reparan la sabiduría del qué hacer cotidiano. Franco Sparadutti tenía un reducto, una isla para sí mismo.

A veces le gustaba caminar. Listo siempre para captar un detalle aquí, otro por allá, una imagen a la cual darle dos o tres colores. Otras gustaba de sentarse en un parque y ver a las palomas, a la gente pasar, los colores de los árboles. Finalmente también era adepto de sentarse en algún bar, pedirse indistintamente un café o un whisky siempre escocés, siempre de doce años, siempre con hielo y escrutar los detalles del mismo haciendo una breve radiografía de aquellos signos.

Hubo una vez que se encontró con una pared empapelada con fotografías de los clientes. Empezó a mirar lentamente buscando a Verónica en cualquiera de ellas, no la encontró. Melancolía se dice a esa forma de buscar algo para que independientemente del resultado de la búsqueda reparemos en la tristeza.

Algo de eso seguramente sintió Franco cuando caminó sobre Independencia hasta tomar ubicación en el micro que lo llevaría a su hogar. Los viajes nunca ayudan a poner las cosas en claro. Bastan dos pensamientos, la revisión de una decisión tomada o una canción que suene en el reproductor para que la nostalgia se apodere de un cuerpo. En la radio terminaron las canciones, ninguna inoportuna, ni que fuera recuerdo. Quizás el problema de estar nostálgicos o melancólicos en este mundo, en este momento es que cada cosa, por pequeña e incomprobable que sea nos llevará a un recuerdo. Y así fue, que la voz en off que lee mensajes de los radioescuchas dijo claramente “Verónica nos escribe para contarnos que está muy feliz de poder haber encontrado al amor de su vida”

Así fue que Franco por una vez en su vida comprendió que para decir melancolía en este mundo no debe pronunciarse jamás esa palabra. Basta simplemente con que se pronuncie un nombre. Para decir melancolía en su vida, en este lugar y en este instante solo tiene que decir Verónica.

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