Capítulo I

«El pasado es un prólogo»
Willian Shakespeare.

Fuera de vos no hay nada. Ni Silvio, ni Lisandro, ni Benedetti. Fuera de vos tampoco hay lengua, ni habla. Fuera de vos el silencio no significa nada. Las tardes de abril no tienen ese maravilloso espectro de colores otoñales, o sí, pero ¿qué pueden ser sin vos?, acaso la sumatoria de hechos que indican la continuidad del mundo, la artimaña de los relojes y agujas y amaneceres y anocheceres que dan a luz a los días, meses y años que siguieron sin vos, como si no existieras, como si nunca hubieras sido.

Solo eso. Nada más vacío que eso. Nada más triste y desesperanzador que continuar viviendo, ahora, y mañana y pasado sobre este mundo que jamás podrá ser el mismo mundo que fue, fuera de vos.

A veces me pongo a pensar en las cosas que cambiaron desde aquella tardecita de sábado. Pasaron tantas pero tantas cosas que enumerarlas me llevaría al menos quinientas páginas, pero yo que siempre creí en las insistencias de este mundo no hay día que no remueva el pasado con solo ver  un retrato. Me sostengo en la esperanza de que todo es quizás un mal sueño al cual solo le queda el despertar. Todo desde esa tarde, en que era sábado, en la cual había viento, se mantiene intacto; como Los Alpes o la Selva de Amazonas. Soy, en definitiva, si algo he de ser, ese que va al pasado para encontrar algo de lo que fui y que ya no podré ser. Soy lo que otros creen que queda de aquello que he sido, y creo sin lugar a ningún tipo de dudas que ni la ausencia, ni la tristeza  es igual en este mundo, en este preciso momento si permanece fuera de vos.

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