Matar por Dios

“Morir por una religión es más simple que vivirla con plenitud”, la cita que abre este artículo es de Borges, pertenece al cuento “Deutsches Requiem”, que narra el último día de un genocida Nazi antes de cumplir su condena a muerte.  Ayer, salvando las distancias con la realidad,  murió un genocida de carne y hueso, en Argentina, en una celda común. Su nombre era Jorge Rafael Videla, y falleció a los 87 años de edad, sentado en el inodoro del lugar donde se encontraba recluido, cumpliendo una de las tantas condenas que sobre él pesaban

Hoy, Beatriz Sarlo  afirma en su artículo “ Videla pertenece al séptimo circulo, el de los violentos”,  que “arrodillado  frente a los crucifijos que afirmaba respetar, la imagen de Videla es imborrable”. Cuesta creer que los crímenes siempre se cometan en nombre de Dios.  Sí a la frase que inicia este artículo puede asignarsele, fuerza discursiva al punto de constituirse en verdad, también puede afirmarse que matar por Dios es más simple que matar por una idea. Pues, ¿qué remordimiento puede sentir  un hombre, que se embarca en la empresa de matar con Dios como respaldo moral de sus actos?.

La culpa es un sentimiento cristiano. Videla murió sin sentir nada por sus victimas. Ni un solo pedido de perdón esbozó en estos años, ni una línea más allá de lo que ha dicho siempre, desde sus años en el poder, hasta sus declaraciones como acusado y condenado. Sus crímenes, aberraciones;  constituyen actos que persiguen  la lógica de las empresas que se le habían encomendado. Dígase esto bien claro, el genocida muerto, mato por Dios en primer lugar, ese mandato del ejército, de defensa de las instituciones más tradicionales del poder,  y en segundo lugar porque así se lo entrenó en la Escuela de Las Américas: fue preparado para matar a sus compatriotas en el marco de un plan sistemático para imponer -a cuesta de las vidas que fuesen necesarias- un sistema económico que luego fue legítimado en las urnas, por el ex presidente Carlos Menem.

Por eso, que Videla se haya arrodillado frente a crucifijos, no debería significar un signo de hipocresía.  El plan que siguió al pie de la letra tenía entre sus cómplices a la alta jerarquía de la iglesia.  Entre los torturadores hubo curas, aunque también lo hubo entre los torturados, estos pertenecían a la minoría de las iglesias del tercer mundo. Además de los generales franceses que entrenaron al genocida muerto y sus secuaces, hubo sacerdotes, a los cuales se les encomendó la misión de explicarles que nada de pecado había en el hecho de matar por Dios.

El dictador fue un hombre convencido y un sirviente perfecto. Convencido, porque nunca se corrió un centímetro de los lineamientos que le habían encomendado, y lo hizo creyendo profundamente que esa era su responsabilidad ante la patria y ante Dios. Un sirviente perfecto porque respondió sin un solo cuestionamiento, a los responsables ideológicos de sus crímenes. No reparó jamás en las mujeres embarazadas, ni en los jóvenes, ni siquiera en el derecho negado a la cristiana sepultura.

Matar por una religión es más simple que matar por una idea. El genocida Videla , bien podría haber escrito esa frase en una pared de su jaula mientras esperaba el fin. La muerte que supo ser, lo visitó para llevárselo  Tal vez ser creyente un día como hoy, me sirva también para pensar, que arrodillado ante Dios, el asesino está dando cuenta de cada uno de sus actos. La condena que se espera es la de una eternidad de castigo e infiernos. Esos avernos que alguna vez él supo recrear en la tierra.

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